Nirvana: «Nevermind»

Normalmente esta época del año, sobre todo si el Barça va primero y el Madrid segundo, suele caracterizarse por el inicio de la campaña intimidatoria por parte de la prensa de la capital. Ya saben a qué me refiero: el cagómetro, la «cofradía del clavo ardiendo», las portadas con titulares como «¡Vamos a por la Liga!», las predicciones de Roberto Carlos o, en su defecto, Boludas varios… En fin, todo el arsenal mediático de Madrid se pone en marcha con un único fin: minar la moral del equipo culé con objeto de birlarle (aunque sea en la última jornada) el campeonato de Liga. Como manda la tradición que a estas alturas el Madrid ya está fuera de todas las demás competiciones, el hecho de que deban concentrarse forzosamente en la consecución del título liguero les obliga a apretar todavía más en este frente, pues saben perfectamente que ésta es la única manera de motivar todavía a los pocos compradores de periódicos que quedan por el mundo. No se engañen: a la mayoría les importa un pimiento quién vaya a ganar el título al final de la temporada (excepto a Roncero). Lo que les preocupa de verdad es que se vayan a quedar sin trabajo y sin las dietas del Asador a la que las ventas bajen un poco más, y por eso me los imagino rezando cada domingo para que el Madrid puntúe y así puedan seguir engatusando al personal a base de portadas grandilocuentes.

Ocurre que, por una cuestión de genética azulgrana, la mayoría de estas campañas suelen dar en el blanco, y el culé de pro se va a dormir algo inquieto cuando ve que desde la capital invierten todos los esfuerzos en putearnos un año más y dejarnos con un palmo de narices. Y no sólo la afición, muy dada al «patirem» a la que llevamos diez minutos de partido y ya ganamos por 2-0, sino también el propio equipo, los jugadores y el cuerpo técnico, unos tíos que deberían estar curtidos en mil batallas pero que tiemblan como flanes a la que ven al toro merengue lanzar una embestida desde la otra punta de la plaza. Y así andamos una vez más, ellos intentando acojonarnos y nosotros intentando no tropezar semana sí y semana también.

Sin embargo, este año detecto una cierta serenidad en el ambiente. Será por el excelente trabajo de mentalización de Guardiola, que  no sólo afecta al equipo sino también a toda la parroquia culé y «entorno» mediático, será que vemos que nuestro fútbol está muy por encima del de nuestros rivales, será que centramos todas nuestras ilusiones y frustraciones en la Champions. Por una razón u otra, la cosa es que esta temporada la campaña de turno madridista no está afectando en exceso a las hordas azulgranas. Tomemos como ejemplo el partido de este último fin de semana: el Madrid golea al Bilbao, los titulares deportivos rezan «se acuestan a tres», Hugo Sánchez jurando que va a ayudar a su ex-club, todos los ojos puestos en nuestro equipo y… nada. Ni se inmutan. No sólo Guardiola va y me reserva a dos jugadores titulares para que descansen (Eto’o y Henry, ahí es nada), sino que encima los que saltan al campo imponen su ritmo parsimonioso y no se ponen nerviosos ni una vez, ni siquiera cuando tras los primeros cuarenta y cinco minutos la pelotita no ha querido entrar. Empieza el segundo tiempo, aprietan un poco el acelerador, meten dos golitos y hala, a sestear de nuevo que hay otros compromisos en el horizonte. Tres puntos y para casa. Del Madrid ni se habla en las tertulias.

A lo mejor es que hemos madurado, o que ya ni los propios merengues se tragan esta clase de campañas desesperadas. La sensación por aquí (a falta de ver cómo evolucionan los resultados futuros) es que el Madrid pinchará más tarde o más temprano y que nosotros si hiciera falta seríamos capaces hasta de ganar en el Bernabéu. Los cálculos giran en torno a unas nueve victorias para ser campeones, y ni siquiera nos inquieta la llegada del dichoso «Tourmalet» en la última fase liguera, tan bien lo hicimos en la primera vuelta. No sé, a este Barça me lo han cambiado… Andamos todos sumidos en una especie de Nirvana espiritual que hace que, cuando oímos el griterío de los que van detrás, desviamos la mirada y, emulando al grupo de Cobain, soltamos un tranquilo «Nevermind»…